miércoles, 6 de septiembre de 2017

MACRI ¿ATACA A LOS DIRIGENTES O A LOS SINDICATOS Y A LOS TRABAJADORES?

Les traigo este artículo escrito por nuestro Presidente de la Asociación Latinoamericana de Abogados Laboralistas, Luis Enrique Ramírez, de Argentina.

¿Quién puede estar en contra de tener sindicatos democráticos y dirigentes honestos y representativos? Nadie. Pero cuando estas banderas las levanta este gobierno, es razonable dudar de su sinceridad.
                        Casi dos años de gestión, o sea el cincuenta por ciento del mandato, es tiempo más que suficiente para conocer e interpretar el discurso y la praxis del macrismo. Son neoliberales, pero portadores de un pragmatismo amoral infinito. El fin, o sea mantener y acumular más poder, justifica cualquier medio. Pero, por más pragmático que el gobierno quiera ser, es claro que siempre lo guía una lógica neoliberal. Así por ejemplo, podemos pasar de las políticas de shock al gradualismo sin solución de continuidad, pero el ajuste estructural no es negociable.
                        En un documento anterior(1) decíamos que la incompatibilidad entre el modelo de relaciones laborales del gobierno y el de los trabajadores, prácticamente tornaba inevitable la confrontación y justificaba plenamente la marcha del 22 de agosto e, incluso, la amenaza de una huelga general. Claro que tal análisis no significaba anticipar cuál será la posición de la dirigencia sindical.
                        Una nota característica de un sector importante de los sindicalistas argentinos es tener internalizado que no se puede hacer política por afuera del Estado, o sin el Estado, seguramente como resabio de que la vinculación con él, durante el nacimiento del sindicalismo peronista, fue eficaz en términos de adquisición de ciudadanía política y de derechos laborales y sindicales. Pero esta subordinación de las prácticas sindicales a las estatales, quizás justificada estando Perón en el poder, se transforma en una relación claramente regresiva cuando hay un gobierno neoliberal, con natural tendencia antiobrera y antisindical, y con prácticas evidentemente condicionadas por los intereses empresarios y de los organismos financieros internacionales. Aquel es un sector de la dirigencia sindical que no ha tomado nota que en esta coyuntura no puede contar con el providencialismo estatal, y que, además, ha renunciado a construir un poder alternativo.
                        Bastó que Macri mostrara un poco los dientes, supuestamente molesto por la marcha de protesta del 22/08/2017, amenazando con reflotar las resoluciones 376 y 377 del Ministerio de Trabajo de la Alianza (Patricia Bullrich era su titular), que obligaban a los sindicalistas a mostrar sus declaraciones juradas de bienes, a la par que “renunciaba” a dos funcionarios “amigos” de la dirigencia sindical, para que se iniciara un fuerte movimiento tendiente a tranquilizar al ala combativa y a clamar por una actitud “negociadora”.
                        No hace falta una bola de cristal para adivinar lo que se pondrá en esa mesa de negociaciones: la reforma laboral y la reforma previsional, que los grupos económicos le demandan insistentemente al gobierno. Y tampoco hay que ser adivino para anticipar el contenido de esas reformas.
                        En el discurso oficial ya están instalados los temas  fundamentales de la reforma: la mejora de la competitividad de las empresas y el incremento de la productividad laboral. El objetivo es obtener de factor trabajo el mayor rendimiento posible, sin aumentar el costo salarial. Por ello hay que legalizar la polivalencia funcional, la movilidad geográfica, la flexibilidad de la jornada laboral y la reducción de los descansos y licencias, la eliminación de los “tiempos muertos”, la flexibilización del tiempo para gozar del descanso semanal y las vacaciones, etc. Es decir, la vida social y familiar del trabajador totalmente subordinada a las exigencias de la producción y del mercado.
                        En cuanto a la negociación colectiva, los ejes de la futura reforma son dos: a) transformar el actual “garantismo legal” (la ley como piso inderogable), por el “garantismo convencional” (el convenio puede perforar los mínimos legales); y b) descentralizar la negociación y llevarla al nivel más bajo posible. Por otro lado, la negociación salarial estará condicionada a incrementos de la “productividad laboral”, bajo amenaza de no homologarse los acuerdos sectoriales. Esto llevará al canje de derechos y conquistas por aumentos salariales, ya que la mayoría de los convenios colectivos son por rama de industria, involucrando a todas las empresas del sector cualquiera que sea su tamaño, lo que torna imposible establecer mecanismos auténticos de medición y mejora de la productividad laboral.
                        La intensidad de la futura reforma laboral estará en relación directa con el poder político que pueda acumular el gobierno en la próxima elección, más que con la capacidad de negociación de la dirigencia sindical, ya que ella depende de la capacidad de presión y de conflicto, que genere, de mínima, un equilibrio en la correlación de fuerzas. Y, como se dijo, un sector de los representantes gremiales ha renunciado a esta posibilidad.
                   Y retorno al interrogante del título de esta nota. El gobierno no ataca a los dirigentes gremiales por un imperativo ético, sino como tiro por elevación para poder avanzar contra los derechos de los trabajadores. Así de simple.



(1) SINDICALISMO ARGENTINO: ¿CONFRONTAR O NEGOCIAR?, Revista Noticias Gremiales